sábado, 12 de julio de 2008

A la espera...

Eran las nueve de la mañana y aún no había vuelto a casa. Su esposa no había podido conciliar el sueño pensando en mujeres imaginarias abrazando a su marido. Hacía años que las cosas no estaban bien entre ellos. Empezaron a distanciarse al morir su hijo recién nacido y con el paso de los años habían pasado a sentirse completamente indiferentes respecto al otro. Nunca se preguntaron siquiera si merecía la pena arreglarlo pues al fin y al cabo ya no tenían nada que los uniera salvo la casa que compartían como dos extraños.
La mujer se levantó de la cama de un salto, se acercó a la ventana e intentó fijar la vista lo más lejos posible para ver si así divisaba el coche de su marido. Nada. Todo estaba tranquilo, ni siquiera se oía cantar a los pajarillos que acostumbraban a despertarla cada mañana. Los nervios la iban minando con el paso de los minutos pues dejó de pensar en aquellas mujeres imaginarias para centrarse en posibles catástrofes que hubieran podido ocurrir. Un accidente de coche podría haberlo dejado tirado en alguna cuneta, podían haberlo atracado y quizás su cadáver yaciera en un callejón oscuro de los suburbios de la ciudad, podía haber tenido un infarto en su despacho una vez que todos se hubieran ido y en ese caso seguro que estaban a punto de llamarla para comunicárselo y, de esta forma, siguió imaginando miles de tragedias que podían haber acontecido.
Llegadas las once de la mañana empezó a llamar a todos los hospitales de la provincia pero no obtuvo respuesta. Su marido no se encontraba en ninguno de ellos. Se vistió y salió a la calle para dirigirse al despacho de su marido. Era posible que se hubiera ido directamente a trabajar sin pasar por casa. O al menos eso quería creer. La idea de la muerte de su esposo la destrozaba porque aunque ya no fueran siquiera pareja, le tenía cariño debido a sus quince años de relación.
En la oficina estaba solo la secretaria que la informó de que el hombre se había marchado la noche anterior a las nueve. Nueva crisis de nervios para la mujer que ya no sabía donde acudir. Tras tomar un vaso de agua ofrecido por la joven secretaria se fue de allí para volver a casa donde se sentaría en el sofá hasta que al cabrón de su marido se le ocurriera aparecer. El problema fue que una vez allí el marido pasó de ser un cabrón a ser un podre corderito desorientado en la vida que llevaban. Quizás él se había marchado porque ella no le había demostrado que lo quería, porque había dejado de preocuparse por él, porque ya a penas le hablaba, porque entre ellos no quedaba nada que no fuera un amargo silencio.
Los nervios dejaron paso a la desesperación que se iba apoderando de ella. Era consciente de que ese podía ser simplemente el final. Era posible que él jamás volviera y ella llorara su pérdida el resto de su vida. Era posible que él hubiera muerto sin saber que ella aún lo amaba pero que se sentía culpable por la pérdida de su hijo y por eso nunca recuperó la felicidad que los unía en un principio. Sintió que sin él el mundo se le venía encima y no podía hacer nada para evitarlo. Sintió que todo estaba perdido y que no merecía la pena seguir viviendo.
En esos pensamientos estaba cuando escuchó sonar las llaves, ese ruidito tan gracioso que caracterizaba las llaves de su marido al abrir la puerta. Se levantó tan rápido como pudo y se abalanzó sobre él cubriéndolo de besos. Le dijo cuánto lo amaba, cuánto lo había echado de menos y cuán arrepentida estaba por haber desperdiciado todos esos años de mutismo absoluto y de desconfianza. Él se limitó a mirarla con los ojos como platos y fue incapaz de articular palabra. Entonces ella lo abrazó como si de un niño pequeño se tratara y le susurró al oído que iba a hacer todo cuanto estuviera en su mano para que la felicidad volviera a reinar entre ellos. Él comprendió en ese instante que su mujer había dado el gran paso que él jamás pensó que daría y le sonrió sinceramente, una sonrisa de recién casados, una sonrisa cómplice que sustituye cualquier tipo de explicación, una sonrisa que les iba a abrir las puertas de su nueva vida.

3 comentarios:

ROSA E OLIVIER dijo...

"eres como la noche, callada y constelada."...!?...

Saluto mille!

xeixa dijo...

me alegra que diera el paso aunque me da mucha pena que nos tengamos que ver al borde del abismo para darnos cuenta de que el silencio solo consigue separarnos de la vida, ojala no tuvieramos que llegar a estos extrmos.
Me encanta como escribes y me alegra encontrar tu blog. me pasare a visitarte con tu permiso
un besito

Anónimo dijo...

CARIÑOO TE ESTAS VOLVIENDO UNA GRAN ESCRITORA JAJAJA
DE VERDAD ES PRECIOSO

UN BESAZO