miércoles, 18 de junio de 2008

Un día más

Hoy el cielo está despejado, la verdad es que no puedo quejarme. Pedí que no lloviera y aquí lo tengo: un magnífico sol resplandeciente que invita a pasear y a disfrutar del momento.
Normalmente me cuesta salir a la calle, quizás por ello la psicóloga me haya dicho que estoy sumida en una fuerte depresión. Yo no sé si es cierto o si sólo lo dice para asustarme... En realidad no me fío mucho de ella; y si voy a verla es porque me obliga mi hermana. Sí, ella, la que siempre está feliz y contenta y lo grita a los cuatro vientos. Claro, ella tiene razones para estarlo: tiene un marido rico que la quiere con locura, una niña de dos años que se porta a las mil maravillas (no como esos chiquillos que veo en el metro todas las tardes que gritan sin parar para que se les haga caso) y una casa fantástica que ni tiene que limpiar porque ya tienen a María para que se encargue de ello. Seguramente es por todas estas razones por las que mi hermana no se queja de nada. Su vida es muy simple: se levanta, se va a clase de pilates, vuelve a la hora de comer, se va a tomar el café con sus amigas, se va de tiendas y se compra todo lo que le gusta sin mirar el precio y llega a casa por la noche, cansada y lista para irse a la cama donde la espera su marido. ¡Ya que todos tuviéramos esa vida!
Si yo tuviera que explicar cómo es mi vida, creo que lo haría muy rápido... No tengo pareja, no tengo casa (vivo en alquiler desde los 18 años), no tengo trabajo (hace un mes se me cumplió aquel maravilloso contrato de tres meses), y sí, parece ser que tengo una profunda depresión.
No sé qué espera la gente de mí porque cada vez que vienen a verme me dicen lo mismo: ¡ay hija, qué paliducha estás! ¿Por qué no te arreglas y sales a dar una vuelta? Y yo pienso: ¿acaso váis a venir vosotros conmigo? ¿para qué voy a salir si no tengo nada que hacer fuera? Pero claro, nadie me entiende y vuelven siempre con la misma cantinela.
Algún día me gustaría llamar a Cecilia, aquella compañera de instituto que se llevaba a todos los tíos de calle. Claro, ella era guapa, alta, esbelta y yo era simplemente la amiga simpática. Quizás fuera por eso por lo que terminamos perdiendo el contacto. Tampoco es que fuera muy beneficioso para mí salir con ella, siempre terminaba sola en alguna barra de algún bar, borracha como una cuba...
La psicóloga me dice que escriba lo que siento y yo le digo que no puedo porque no siento absolutamente nada. Es como si fuera una marioneta a la que manejan sin ton ni son. Me gustaría dejar de serlo, pero no sé cómo. Todos lo ven tan fácil desde fuera...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me ha encantado!!
me lo imaginado todo :P
pafrecia una peli jijiji

Luchida dijo...

Me alegro!! Pues tía, yo lo que quería era hacer un relato feliz pero a partir de la segunda frase se me ha olvidado y me ha salido lo que de verdad sentía. Pero si se ha quedado bonico pues ya está, no me quejo...