Sabía que me equivocaba, que me arrepentiría pero estaba decidida a hacerlo. No había marcha atrás. Intentaron disuadirme por todos los medios posibles pero no lo consiguieron.
Quería una nueva vida lejos de todo lo que me había hecho sufrir. Pensaba, tonta de mí, que escapar de los problemas los hacía desaparecer. ¡Qué ilusa fui!
Cuando me vi en el espejo compendí que la huida no era la solución, que debía afrontar la realidad con todas las consecuencias que pudiera haber. No sé qué ocurrió dentro de mi que me hizo reaccionar. ¿El problema? Era tarde, demasiado tarde. Ya no tenía a quien acudir, había huido de mis amigos, de mi familia. Tenía lo que merecía: la soledad.
Supongo que, casualidades de la vida, se me apareció la persona que menos esperaba en aquellos momentos: mi cuñada. La verdad es que no me tomé nada bien que mi hermano empezara a salir con ella. La veía tan sueprficial, tan de plástico. No la soportaba, vamos. Pero en ese momento tan crítico apareció de repente tendiéndome la mano.
Continuará (...)